Esta Logia en la que mi palabra es, si débil, reflejo exacto de las convicciones que animan sin restricción a todos sus miembros, quiso que su nombre expresara la tendencia restauradora de que vengo haciendo mérito, porque sabe que no se puede pasar de un punto a otro sin recorrer el espacio que los separa, y la denominó Hermes, que equivale a intérprete, puesto que nos anima el empeño de interpretar el sentido que oculta la Institución, único temor de los que la injurian y calumnian, sin lograr otra cosa que coadyuvar a su adelanto despertando el deseo de conocerla, de encontrar su razón de existir y de su fuerza, solo velada a las miradas temerosas de la superstición, o a las pusilánimes de la ignorancia. Y puesto que parece ser esta la ocasión más solemne y apropiada para dar alguna luz acerca de este nombre alrededor del cual aparecen antiguos dioses y ciencias y mitos más o menos poéticamente desenvueltos, diré que nos referimos al sabio egipcio apelado también por extensión Thot o Phtah, Taut por los Fenicios y por los griegos Hermes Trimegisto, anterior a Moisés en 1500 años, quien llenó la misión verdaderamente divina de transmitir a su época las ciencias y las artes que por iniciación recibiera de los pueblos que heredaron la oculta sabiduría de Hiram. Él enseñó en los Misterios, a sus discípulos escogidos, el sentido de los jeroglíficos bajo del más severo juramento, con la idea de que la fuerza que emana de su posesión, puesta en manos de la ignorancia o de la mala fe, no fuese empleada para fines contraproducentes.