La herencia de la Francmasonería moderna se deriva de las guildas organizadas o uniones de albañiles que construyeron las catedrales y otras majestuosas estructuras a todo lo largo de Europa durante la Edad Media. La capacidad y genio arquitectónico de esos artesanos y su compromiso con las más altas normas de valores éticos y morales eran universalmente aplaudidos y, a diferencia de otras personas, se les permitía viajar libremente de país a país. De esta forma, durante ese período, la palabra “Free” (Franc, Libre) se prefijó a la palabra masón (del inglés “masón”, albañil), siendo denominados “francmasones” dichos artesanos y las generaciones de masones que le siguieron.
Hasta aproximadamente el Siglo XVI, los masones se dedicaban estrictamente a un oficio operativo: albañiles y arquitectos que construían esas magníficas catedrales y palacios, muchos de los cuales todavía adornan el paisaje de la campiña europea. A comienzos del siglo XVII, el número de miembros en esas uniones o logias activas de albañiles comenzó a declinar y probablemente, para compensar por la pérdida, comenzaron a aceptar hombres con prominencia dentro de la sociedad que no eran artesanos o albañiles.
Esta clase de miembros era inicialmente considerada los patrones de la Fraternidad, y con los años se les llamó “masones aceptados”. Al concluir el Siglo XVII había tenido lugar una transformación radical: tales masones aceptados predominaban, y las logias más antiguas de masones comenzaron a enfatizar y enseñar más bien filosofía moral que el arte técnico y operativo de los siglos anteriores. Los instrumentos de los albañiles todavía hoy se utilizan en la Fraternidad, pero solamente para simbolizar la virtud moral, no para construir catedrales.